¿ESTAMOS SOLOS EN EL UNIVERSO?
A
principios de abril de 2015, unas declaraciones de dos científicos
de la NASA durante un encuentro informativo despertaron un gran
interés en la prensa de todo el mundo debido a la rotundidad de sus
afirmaciones y al singular ámbito que trataban: la posibilidad de
vida extraterrestre. En concreto, la directora científica Ellen
Stofan afirmó que estaba convencida de que la agencia aeroespacial
dispondría de fuertes indicios de vida más allá de la Tierra
dentro de una década y, además, obtendría pruebas definitivas en
20 o 30 años. Igualmente, John Grunsfeld, otro de los jefes
científicos de la NASA, defendió que solo estábamos a una
generación de encontrar vida en el sistema solar.
¿A
qué se debe tanta convicción? Los especialistas justifican esta
afirmación por los abundantes datos que han aportado las distintas
misiones de la NASA que exploran el sistema solar (como
Kepler,Hubble, Cassini, Dawn o Curiosity), sobre todo respecto a la
presencia de agua, un elemento básico en la proliferación de vida
tal y como la conocemos en la Tierra, ya que es el mejor solvente de
los elementos químicos que la conforman, como veremos más adelante.
UN
HORIZONTE POSIBLE
Todo
ello ha entusiasmado a los especialistas de la NASA, que están
convencidos de que ya se dispone de la tecnología necesaria para
poder rastrear la vida extraterrestre. Con este objetivo, la NASA
está dispuesta a lanzar nuevos proyectos y misiones para descubrir
vida alienígena lo antes posible. Por ejemplo, está previsto que la
agencia lance una sonda a Marte en 2020 en busca de señales de vida
en el planeta. También se espera poder enviar astronautas a dicho
planeta en la década de 2030, un proyecto que está considerado como
uno de los más importantes para hallar vida extraterrestre.
Asimismo,
para alrededor de 2020 se prevé que llegue otra misión al satélite
de Júpiter Europa, con el objetivo de calibrar la posible
habitabilidad de esta luna helada y explorar su superficie. Todas
estas misiones pretenden mejorar nuestros conocimientos en
astrobiología, disciplina alrededor de la cual gira toda
especulación e investigación de la vida más allá de nuestro
planeta.
¿QUÉ
ES LA ASTROBIOLOGÍA?
También
conocida como exobiología, la astrobiología es una disciplina
científica a medio camino entre la astrofísica y la biología que
se dedica al estudio de los posibles organismos vivos que pueden
estar presentes en cuerpos celestes extraterrestres. A la vez, se
ocupa de esclarecer su origen y los posibles efectos que provocarían
en caso de contacto con organismos terrestres. Esta disciplina se
basa en hipótesis y formulaciones teóricas, ya que de momento no se
cuenta con la suficiente evidencia que demuestre la existencia
definitiva de la vida fuera de la Tierra. Sin embargo, sus preceptos
sí se basan en principios científicos y en experimentos sólidos
como el estudio de los extremófilos, el análisis de meteoritos, los
ensayos bioquímicos o la observación espacial.
LOS
EXTREMÓFILOS, UNA ANALOGÍA DE VIDA EXTRATERRESTRE
El
principal objeto de estudio de la astrobiología son las bacterias u
otros organismos microscópicos, ya que se considera que son el tipo
de vida más probable en el universo. Al no disponer de muestras de
vida extraterrestre, los especialistas estudian unos microorganismos
de la Tierra muy particulares, conocidos como extremófilos, que se
caracterizan por vivir en hábitats extremos, muy distintos a los del
resto de formas de vida. Estos ambientes pueden ser lugares muy
calientes, sitios muy fríos, zonas sin luz, agua y oxígeno,
espacios de presión insoportable o medios ácidos y repletos de
azufre o hierro.
Estos
medios se encuentran en fosas marinas, glaciares, aguas termales,
desiertos, el interior de la Tierra, los casquetes polares, etc.
Estos organismos son muy atractivos para los astrobiólogos porque
creen que podrían ser capaces de sobrevivir en el espacio exterior y
además les aportan datos sobre cómo buscar este tipo de vida en
hábitats similares fuera de nuestro planeta.
LOS
METEORITOS, CULTIVOS DE OTROS MUNDOS
Otro
de los ámbitos de estudio más habituales es la exploración
geológica. Hoy se sabe que la vitalidad geológica de un planeta
juega un papel fundamental en el desarrollo y la evolución de la
vida. Asimismo, se conoce que tal diversidad es el resultado de la
evolución, a lo largo de millones de años, de la materia de la
nebulosa primitiva que aún llega a la Tierra en forma de meteoritos
y polvo cósmico de distinto origen. Por tanto, es una obligación
para los astrobiólogos emprender investigaciones mineralógicas y
geoquímicas de los meteoritos en busca de señales de vida, como
sustancias bioquímicas. Por ejemplo, en 1969 la caída del meteorito
Murchison, en Melbourne, permitió descubrir en su interior más de
90 aminoácidos, un tipo de compuesto orgánico esencial para la
vida.
Igualmente,
en 1996 se produjo un gran revuelo mediático cuando la NASA anunció
que había descubierto en un meteorito, el ALH 84001, trazas de una
posible bacteria primitiva que podría haber existido en Marte miles
de millones de años atrás. El meteorito también tenía moléculas
formadas en agua líquida y otras de origen orgánico. No obstante,
dos años después la revista Science refutó esta posibilidad al
sostener que había pruebas claras de contaminación en el meteorito
del hielo antártico que se hallaba en la zona donde fue encontrado.
EL
EXPERIMENTO DE MILLER Y UREY
El
tercer gran objetivo de estudio en la astrobiología es indagar en el
origen de la vida en la Tierra mediante experimentos de química
orgánica que contribuyan a buscar casos análogos en el espacio. El
ensayo más notorio fue el experimento de Stanley Miller y Harold
Clayton Urey en la Universidad de Chicago en 1952, que demostró por
primera vez que se pueden formar espontáneamente moléculas
orgánicas a partir de sustancias inorgánicas simples en condiciones
ambientales adecuadas. Este experimento se realizó en un matraz con
agua y sustancias químicas disueltas (metano, amoníaco, hidrógeno,
dióxido de carbono o nitrógeno) al que se retiró el oxígeno. A
esta mezcla se le suministró una chispa eléctrica a partir de
vapor. Tras la reacción se encontraron aminoácidos en el sedimento.
EN
BUSCA DE AGUA
Este
hito supuso el principal aval científico de la teoría del caldo
primordial, que sostiene que el origen de la vida en la Tierra se
debió a la unión de ciertos elementos químicos que podían
combinarse en complejos orgánicos, gracias a una fuente de energía
y al agua como disolvente, todos ellos elementos habituales en el
universo. Este hallazgo fue clave en astrobiología, ya que indicó
el camino que había que emprender en la búsqueda de vida fuera de
la Tierra: moléculas orgánicas sometidas a una fuente de energía
y, sobre todo, disueltas en agua. El objetivo estaba claro, había
que buscar agua líquida. Así, la indagación de agua en estado
líquido ha estado detrás de las últimas exploraciones espaciales,
desde la superficie de Marte hasta las lunas de Saturno y Júpiter,
pasando por los planetas extrasolares.
LAS
LUNAS DE JÚPITER Y SATURNO
Los
descubrimientos de los últimos años han revelado que hay varias
lunas en Júpiter y Saturno que pueden poseer agua líquida debajo de
sus superficies; estas son Europa, Ganímedes, Calisto, Encélado y
Titán. Esto se ha detectado gracias al estudio de sus campos
magnéticos (como en el caso de Ganímedes), las particularidades de
su superficie (en Titán llegó a posarse una sonda, la Huygens) o la
observación directa de fenómenos como las grietas y fumarolas de
Europa o los chorros de agua eyectados en Encélado observados por
sondas como Galileo y Cassini.
Estos
dos últimos casos son los más prometedores ya que, al margen de
poder albergar un océano de agua líquida bajo su superficie, estas
masas de agua estarían en contacto con rocas ricas en minerales, y
por tanto podrían disponer los tres ingredientes necesarios para la
vida: agua líquida, elementos químicos esenciales para los procesos
biológicos y fuentes de energía. Los especialistas creen que en
estos satélites puede haber agua líquida a pesar de las bajas
temperaturas de la superficie debido a las fuerzas de marea
provocadas por la gravedad de sus planetas, que elevan el calor
geotérmico interno de estos cuerpos.
UN
SISTEMA EMPAPADO EN AGUA
También
se ha confirmado la presencia de agua en forma de hielo en planetas
rocosos del sistema solar, como Marte o Mercurio. Además, también
se sabe que el agua se encuentra en cuerpos primitivos como los
cometas y los asteroides, y en planetas enanos como Ceres. También
se cree que las atmósferas y los interiores de los cuatro planetas
gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) contienen enormes
cantidades de esta sustancia, y en sus lunas y anillos, hay abundante
hielo. Y por último, se sabe que hay agua en las nubes moleculares
gigantes entre las estrellas y los discos de material de sistemas
planetarios recién nacidos en la Vía Láctea.
LOS
PLANETAS EXTRASOLARES
Otro
de los hitos de la exploración espacial ha sido el descubrimiento de
los planetas extrasolares o exoplanetas, es decir, los que giran
alrededor de otras estrellas que no sean el Sol. La primera detección
de un planeta extrasolar orbitando una estrella de la secuencia
principal fue 51 Pegasi b, y tuvo lugar en 1995 por los astrónomos
Michel Mayor y Didier Queloz. Desde entonces el número de hallazgos
ha crecido gracias al perfeccionamiento de las técnicas de
observación (como los telescopios Kepler yHubble) y hoy ya ha
alcanzado la cifra de casi dos mil exoplanetas.
La
astrobiología estudia con atención todos estos hallazgos, sobre
todo aquellos exoplanetas que se encuentran en la zona habitable de
su sistema planetario, es decir, donde las temperaturas no son
demasiado elevadas ni bajas como para no permitir la presencia de
agua líquida. Aunque la mayoría de los planetas extrasolares son
gigantes gaseosos en zonas muy extremas de sus sistemas, cada vez se
encuentran más casos de planetas rocosos en zonas más adecuadas
para la vida.
OTRAS
TIERRAS
El
exoplaneta más similar a la Tierra orbitando dentro de la zona
habitable de un sistema planetario fue descubierto en enero de 2015.
Se trata de Kepler-438b, con un índice de similitud con la Tierra
del 88 %. Ubicado a 471 años luz de la Tierra, este exoplaneta es el
segundo descubierto alrededor de la estrella Kepler 438 y tiene una
masa 1,27 veces mayor que la terrestre. Su densidad es algo menor que
la de la Tierra y su temperatura media superficial es de 37,45 °C,
más elevada que la terrestre porque recibe un 40 % más de luz.
Pese
a la imposibilidad de explorarlos directamente debido a la distancia,
los datos aportados por los grandes telescopios sobre Kepler-438b y
otros planetas extrasolares de naturaleza similar a la terrestre
pueden contribuir a fortalecer las hipótesis de la exobiología
respecto a la existencia de mundos que poseen las condiciones
necesarias para que se den los procesos químicos precursores de la
vida. De hecho, los datos de Kepler han confirmado que los tamaños
de planetas más comunes fuera del sistema solar son mundos solo un
poco más grandes que la Tierra y que podrían tener en su interior
océanos profundos.
¿HAY
VIDA INTELIGENTE?
Todos
estos datos permiten sostener que muchos lugares del universo cuentan
con las condiciones necesarias para la vida. No obstante, estas
circunstancias facilitarían una vida unicelular, ya que es la más
simple y la que se desarrolla más rápido (en la Tierra las primeras
cianobacterias surgieron apenas 3.500 millones de años después de
la formación del planeta). En cambio, las formas de vida
multicelulares y la vida inteligente necesitan mucho tiempo para
evolucionar y unas condiciones de estabilidad que quizás no sean tan
abundantes en el espacio.
Si
tenemos en cuenta el caso de la Tierra, la evolución hacia la vida
inteligente precisó de múltiples procesos antes de alcanzar la vida
compleja: un satélite de grandes dimensiones, un amplio núcleo de
hierro, una intensa magnetosfera, una particular ordenación de los
planetas que favorece la estabilidad de nuestra órbita, una densa
atmósfera, escasos sucesos catastróficos, un clima y una
temperatura muy estables, etc. Todas son condiciones que quizás no
sean tan frecuentes en el universo.
Existen
hipótesis muy variadas al respecto: en 1961 el astrónomo Frank
Drake ideó una ecuación para estimar del número de civilizaciones
de la Vía Láctea que podrían comunicarse entre sí. Esta ecuación
incorpora una serie de parámetros, como el número de estrellas de
la galaxia, el número de planetas capaces de dar origen a la vida,
la fracción de planetas en los que se desarrolla tecnología, etc.
Con ella, Drake dio una estimación de 104 civilizaciones con
posibilidades de comunicarse con nuestra galaxia. No obstante, este
resultado fue refutado por la paradoja del físico Enrico Fermi,
según la cual, si existiese vida inteligente en otros planetas de
nuestra galaxia, ya habríamos tenido noticias de ella puesto que
cualquier civilización con una tecnología lo suficientemente
avanzada ya habría tenido tiempo de sobra para llegar hasta
nosotros.
BREVE
HISTORIA DE LA BÚSQUEDA DE VIDA INTELIGENTE
Pese
a todo, los intentos de la ciencia por contactar con posibles
civilizaciones extraterrestres han sido continuos a lo largo de la
historia de las exploraciones espaciales. Lo primero que se llevó a
cabo fue dar a conocer nuestra presencia a posibles civilizaciones.
La primera acción fue el mensaje de Arecibo, una señal de radio
enviada al espacio en 1974 en dirección al cúmulo de estrellas M13.
Además, a principios de la década de 1970 se lanzaron las sondas
Pioneer 10 y Pioneer 11 que portaban sendos mensajes destinados a una
posible civilización extraterrestre que pudiese interceptarlas. Lo
mismo ocurre en el caso del disco de oro de las sondas Voyager 1 y
Voyager 2, lanzadas en 1977.
A
la vez que se han lanzado mensajes al espacio, también se ha
especulado sobre la posibilidad de que alguna sociedad tecnológica
extraterrestre estuviese trasmitiendo información mediante
radiaciones electromagnéticas. Para poder detectarlas, a partir de
la década de 1970 se crearon diversos proyectos SETI (acrónimo del
inglés Search for Extraterrestrial Intelligence o "búsqueda de
inteligencia extraterrestre"), que tratan de encontrar vida
extraterrestre inteligente mediante el análisis de señales
electromagnéticas capturadas en distintos radiotelescopios. Uno de
los proyectos que integran la red es SETI@Home, apoyado por millones
de personas de todo el mundo mediante el uso de sus ordenadores
personales, que procesan los datos capturados por el radiotelescopio
de Arecibo, en Puerto Rico. A fecha de hoy, todavía no se ha
confirmado ninguna señal de claro origen extraterrestre.